Por Javier Pérez-Coca Roselló
Capitán de la Selección Española de Lacrosse Masculino Absoluta - EQ22
Alicante, 20 de abril de 2022
Son las cinco de la tarde del sábado 16 de abril, acabamos de ganar a Eslovaquia jugando nuestro mejor Lacrosse, pero todo había sido en vano. Los dos últimos triunfos no van a servir para clasificarnos para el Mundial.
Bajo la bandera del asta y se la paso a Carlos Rodríguez con un rotulador. Quiero que mis compañeros la firmen antes de traerla de vuelta a España, y devolverla a la pared en la que ha estado colgada los últimos cuatro años. Pared desde la que ha sido testigo del trabajo y sacrificio diarios que supone ser uno de los veintitrés jugadores de la selección española de Lacrosse. Mi amigo me devuelve la bandera, y no puedo contener mi asombro al reconocer la frase que ha elegido para rubricar la insignia:
“Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento”
Esta frase resume a la perfección lo que ha sido este torneo para la selección masculina. Hemos jugado el mejor Lacrosse de nuestra historia, y sin embargo es la primera vez que nos quedamos fuera de un Mundial desde que la selección nacional empezase a recorrer el Mundo en 2006.
Debíamos clasificarnos como cabeza de grupo (primero y segundo) o como mejores terceros del resto de grupos. Nuestro grupo contaba con selecciones contrastadas como Gales y Letonia, y otras más inexpertas a nivel internacional como Dinamarca, Eslovaquia y Turquía. Nuestro plan estaba claro: ganar los cruces contra las selecciones más inexpertas y en teoría más asequibles, y enfrentarnos a Gales con posibilidades de dar la sorpresa. Asumiendo que
Letonia era el rival más duro del grupo. He de recordar que la última vez que España jugo contra Letonia, Denver 2014, sufrimos una de las derrotas más duras que recuerdo en un campo de Lacrosse (22-2).
El calendario era el siguiente, lunes Dinamarca, martes Gales, miércoles descanso, jueves Letonia, viernes Turquía, y sábado Eslovaquia. El objetivo era llegar al miércoles con los deberes hechos, no obstante las cosas se empezaron a torcer desde el primer partido.
Vimos cómo Dinamarca se escapaba viva y llegaba a la prórroga (4-4) después de toparnos con el poste hasta en cinco ocasiones, y tener que lidiar con decisiones arbitrales desafortunadas. El gol de oro decidió a favor de los daneses y nos presentamos frente a Gales el martes con una derrota en el casillero.
Frente a Gales jugamos un gran partido, pero el mayor tiempo de desarrollo del equipo británico terminó decidiendo en partido, con un resultado que no refleja la igualdad vista en el campo (4-10).
El miércoles tuvimos tiempo de reconducir la frustración y nos plantamos el jueves frente a Letonia decididos a presentar batalla y dar la sorpresa. El equipo letón había sido derrotado el día de antes frente a Gales (10-3), y ya no era el rival más temible del grupo. Iba a ser un equipo físico, con experiencia en torneos internacionales, y varios jugadores norteamericanos en sus filas, con calidad contrastada. Sin embargo, si llevábamos la batalla a nuestro terreno y hacíamos la segunda parte que hicimos contra Gales íbamos a tener una opción.
Efectivamente así fue, y remontamos un 3-7 en la segunda parte para llegar a la prórroga empatados a 7. Una vez más la fortuna miro hacia el otro banquillo, y nos dio la espalda en el gol de oro. El árbitro corría al crease y levantaba los brazos al cielo, mientras nuestras miradas hacían lo mismo, buscando una explicación. La única respuesta que recibí fue el carrusel de emociones más intenso que
he vivido en un campo de Lacrosse. Tristeza, orgullo, frustración, rabia, impotencia... Mis compañeros se derrumbaban con los ojos llorosos. Las miradas perdidas buscaban consuelo más allá de la grada y los focos. Abrazos, momentos de soledad, gritos de impotencia...estábamos matemáticamente fuera del Mundial. Habíamos sido mejores que la todopoderosa Letonia, les habíamos pasado por encima en la segunda mitad. Habíamos merecido ganar el partido. Pero el deporte no va de merecer, y como la vida, a veces no basta con hacerlo todo bien.
Solo han pasado unos días y ya he revivido ese momento más veces de las que puedo recordar. Supongo que es cuestión de tiempo, que las aguas se asienten, y que la turbidez me deje ver el fondo. Aplaudimos al campeón, nos enjugamos las lágrimas, agradecimos desde el fondo de nuestro corazón el apoyo a nuestra hinchada, y nos fundimos en un abrazo como una familia. Nos permitimos un momento de luto antes de levantar la barbilla y decidir que íbamos
a jugar los dos últimos partidos con orgullo. Por el esfuerzo y sacrificio de los últimos años, por los compañeros que no habían podido llegar hasta aquí, por la gente que todavía creía en nosotros, por nuestras familias; por el compañero
que teníamos a la izquierda y a la derecha, por esta familia, por la palabra que llevábamos en el pecho y lo que representa.
Los siguientes dos partidos jugamos nuestro mejor Lacrosse, y ganamos con solvencia. Nos propusimos disfrutar mientras jugábamos, dejar el pabellón alto, y ser conscientes cada minuto del enorme orgullo que supone representar a la familia del Lacrosse español. Ahora sentado en casa sigo dándole vueltas a esta última semana. Para mi ha sido, es, y siempre será un orgullo haber formado parte de este grupo humano. El Lacrosse me ha dado más de lo que podré jamás devolver a cambio. Ser capitán de esta selección, la mejor selección española de la historia es sin duda uno de los mayores logros de mi vida. Hoy, en el día de mi 31 cumpleaños, pienso en los años que han pasado y las experiencias que he vivido con un palo de Lacrosse en la mano. Sin duda el deporte nos hace mejores personas. El trabajo duro y la perseverancia como forma de sacar la mejor versión de nosotros mismos.
En 2016 cuando gané la copa de España con Alicante escribía en mi tablón de Facebook, hablando del deporte: “Los valores que enseña, el luchar por unos ideales, luchar por un equipo, formar parte de algo que nos supera. Creo que el deporte 'nos enseña a sufrir', nos enseña a superar esas barreras mentales que nos ponemos. Además si esas barreras las superamos al lado de nuestros compañeros, trabajando día a día, hacemos buena esa premisa que dice que 'juntos somos más fuertes que por separado, pero trabajando por separado también nos hacemos mejores como grupo'". Hoy leo estas mismas palabras desde el otro lado, el lado del derrotado. Al final el deporte es eso, uno gana y muchos pierden en base al resultado, pero solo es eso, un resultado. El deporte también nos enseña a levantarnos después de una derrota y a seguir jugando. El partido sigue, la vida sigue, y no sabes lo que pasará en la siguiente jugada. Yo tengo claro que con este grupo no me importa las veces que me revuelque en el barro, porque cuando levante la mirada voy a tener 22 manos dispuestas a levantarme. Hoy, lejos del polvo, del sudor y la sangre. Sentado en mi casa miro la
bandera que hace poco ondeaba orgullosa en nuestro lado del campo. No puedo evitar sentir felicidad, mientras sonrío y pienso en lo idiotas que hemos sido.
Como no me di cuenta antes: no existen los gigantes. Por primera vez en nuestra historia somos capaces de plantar cara a cualquier equipo en cualquier circunstancia. Que los que hoy celebran la victoria tengan esto bien claro, porque
desde hoy puede considerarse como un aviso. ¡Qué diablos! Es una amenaza.
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